CasaPoemas“Romance de la muerte de Pringles”

“Romance de la muerte de Pringles”

ROMANCE DE LA MUERTE DE PRINGLES

 

La muerte lo sigue a Pringles

en su última patriada;

treinta y cinco años apenas

y la vida se le escapa,

en esa tarde de marzo

como una esperanza vaga.

Lo acosan sus adversarios

y la sed, mientras cabalga

por un desierto paraje

de la llanura puntana:

la pampa del Alto Grande,

del Lince a poca distancia.

 

Allí se va retrasando;

el cansancio es otra bala

como ésas que lo persiguen

en la infausta retirada;

y ante el sacrificio inútil

de unos pocos camaradas

que lo acompañan, ¡No duda!

¡Tanta ilusión destrozada!

Les ordena que prosigan

y al menos éstos se salvan,

mientras Juan Pascual se queda

sin la menos esperanza.

 

Desmonta serenamente

y su sable desenvaina,

vertical sobre sí mismo

es de fábula su estampa

donde su coraje insigne

con su modestia contrasta.

 

Sus contendientes son muchos,

fácil lo advierte a distancia,

y presintiendo su sino

medita con honda calma.

¡Que inescrutable designio!

¡Que ironía más amarga!

Sus actuales adversarios

quienes, seguro, lo matan,

no tienen otra bandera,

no poseen otra patria

y debe haber, entre ellos,

tal vez viejos camaradas

de Junín o Ayacucho

o de Moquegua y Torata;

quizás combatieron juntos

por la causa americana

en la mayor de las gestas,

la gesta sanmartiniana…

¡Y el diecinueve de marzo

del treinta y uno lo matan!

 

Ya se acerca la partida,

es un hecho que lo atrapan;

en ese instante preciso,

piensa en su vida pasada;

en su infancia tan distante,

en su adolescencia sana,

en sus sueños inconclusos

y en su larga militancia;

piensa en el día famoso

que se alistara en Las Chacras

y desde entonces, doce años,

de estar velando las armas

por esta tierra que siente

en su mismísima entraña.

 

¡Que lástima que la muerte

no lo encontrara en las playas

de Pescadores, el día

de su hazaña extraordinaria!

O en el Perú decisivo,

o en la pampa ecuatoriana,

o en el Brasil, combatiendo

por la libertad del Plata,

vencedor y con la gloria

en la punta de su espada!

Y así morir como un mártir

de la epopeya cristiana

en vez de caer, vencido

en esta tierra que ama!

¡Que pena mas infinita

debió sacudir su alma,

mientras El Lince, divisa

y su existencia repasa!

 

Cuando la partida llega,

uno, su sable reclama:

“¡Se lo he de dar a su Jefe!”

exclama Pringles y estalla

un estampido en la tarde.

¡A Pringles muerde una bala!

Rompiendo al caer su sable,

su sable de tanta fama!

Luego lo llevan herido

en un catre de campaña

y en aquel páramo yermo,

“El Chañaral de las Animas”

muere, lo mismo que Cristo,

clamando, también por agua.

 

Cuando se entera Facundo

de aquel magnicidio, brama,

diciéndole al responsable:

¡”Si no te mato, canalla,

es por no manchar el cuerpo

del héroe de cien batallas!”

 

¡Vaya a saber en qué cosas

el caudillo meditara!

Quizás en las consecuencias

de esa guerra desdichada,

y aquellos tiempos añora,

en que a todos hermanaba,

la Bandera de los Andes,

un solo ideal y una causa,

pues largas horas contempla

a Pringles, cuya mortaja

es el poncho que, piadoso,

entonces le colocara…

 

Y en el desolado sitio

junto a un caldén que señala

su sepultura, lo velan,

a Pringles, bravías lanzas,

la soledad y el silencio,

los chañares y los talas.

Allá…tras el horizonte

lo está llorando la Patria